Conocer Berlín Este en solitario, de mochilero y sin perderse Póstdam
Llegué Berlín con la mochila y a la aventura. Tan solo tenía dos cosas reservadas: cuatro noches de hostel y un vuelo de vuelta doce días después. El resto sería improvisación.
Del aeropuerto de Schönefeld al centro no hay grandes problemas. Desde Tegel menos aún. Y desde Tempelhof podías ir dando un paseo. Pero por desgracia (o no) quitaron los aviones y ahora es un parque público gigante.
Tras dejar la mochila en el hostel –el mío estaba cerca de la Nueva Sinagoga, a orillas del río Spree- uno hace lo único que se le viene a la cabeza en esa situación: caminar. Esa vez, yendo sin rumbo fijo, me encontré con la Puerta de Brandemburgo.
Los guías son una buena opción
El monumento resplandecía con la luz del mediodía. Los turistas se agolpaban alrededor de los paraguas que indicaban los Free Tour. Los guías se repartían los grupos como ganado, asegurando que a cada uno le tocara un número parecido.
Cuando no se está muy seguro de qué hacer o visitar, son la opción más adecuada. Me uní al paraguas rojo no por el color o el guía, sino porque vi gente de mi edad cerca.
En total dimos un paseo de dos horas por el centro en las que te haces una idea de en qué ciudad estás, además de unas amistades con las que tomar algo en la noche berlinesa.
El tour fue desde la Puerta de Brandemburgo hasta el Checkpoint Charlie, pasando por el monumento a los judíos de Europa asesinados, trozos del Muro de Berlín, el Ministerio de Finanzas y el lugar donde estuvo el búnker donde Hitler se disparó.
Al final del paseo, el guía había hablado de nazismo, comunismo, Guerra Fría y muñecos de semáforos. Un choque entre tiempos.
Donde antes había un muro sangriento dividiendo mundos ahora se yerguen un KFC y un McDonald’s, mostrando claramente quién es el vencedor.
En definitiva, un tour agradable que te permite decir eso de “yo he visitado Berlín”.
Pero Berlín tiene mucho más.
Y como después del tour ya era hora de comer, empezaré por ahí.
Comida fácil regada con cerveza
En cada esquina se ven puestos de currywurst. Literalmente es una salchicha alemana a la que le echan un chorro de kétchup y curry en polvo. Una simpleza que parece estar camino de convertirse en un plato nacional por su difusión. El precio por salchicha, 3,20€.
La otra opción callejera para comer barato son los kebabs. Hay casi tantos como puestos de currywurst, y la relación cantidad-precio es mucho mejor.
Además, en Berlín está el Mustafa-Gemuse, un puesto callejero con el –supuestamente- “mejor kebab del mundo”. Y lo cierto es que no está mal, aunque la cola podría echar para atrás al más paciente.
Restaurantes de sentarse y que te sirvan, con el presupuesto y la mentalidad de recién graduado mochilero, no tuve la ocasión de probarlos en Berlín.
El resto de comida la compré de supermercados llenándome de panecillos Brötchen que podían comprarse a pocos céntimos de euro cada uno.
Pero la comida, sea cual sea, en Alemania se riega con cerveza. En este país, como no podía ser de otra manera, es buena, bonita y barata. Además, este líquido compuesto otorga la hermosa habilidad de conocer gente nueva.
El atractivo del hostel
Aquella misma noche en el hostel conocí a gente de todo el mundo. Venezuela, Canadá, Italia, Brasil y, por supuesto, España. La noche terminó en un bar a deshoras, abierto clandestinamente.
Allí hice amistad con un curioso grupo de británicos. Uno de ellos inglés, católico, republicano e hincha del Nottingham Forest.
Fue la primera gran noche que, cómo no, empezó en un hostel. Otras tres noches parecidas lo siguieron, contando además con el privilegio de entrar en una de las selectivas discotecas “para alemanes”.
No te pierdas Póstdam
El resto del tiempo diurno lo pasé caminando todas las calles del centro de Berlín.
La isla de los museos, Alexanderplatz, el parque Tiergarten y el East Side Gallery. En cuatro días da tiempo de sobra para conocerlo bien.
Incluso me dio tiempo a ir a uno de los parques con lagos que rodean Berlín, el Schlachtensee, y darme un baño. Y, por supuesto, me dio tiempo a ir a Póstdam.
Madrid tiene Aranjuez y París, Versalles. Para Lisboa sería Sintra. Y para Berlín, Póstdam.
Habiendo visto los otros tres, Póstdam me impresionó. A menos de una hora en metro del centro de Berlín, la pequeña ciudad cuenta con unos jardines, palacios y un agradable centro que hacen las delicias de cualquier paseante.
No me explayaré más en esta ciudad. Se puede encontrar mucha información sobre su historia y monumentos en cualquier lugar. Tan solo diré que, si vas a estar dos días en Berlín, dediques al menos una mañana a Póstdam.
El siguiente destino ya estaba decidido que sería Hamburgo. Dudé entre éste e intentar llegar a Bratislava, donde un amigo iba a estar en un festival de verano. Pero ya que estaba en Alemania, iba a aprovechar el tiempo allí.
A Berlín volví más tarde, pasando dos noches y un día. Pero entre medias conocí otras cuatro increíbles ciudades que os contaré.