Un viaje a Bielorrusia, el gran desconocido de Europa del Este, hoy bajo sospecha
Puede sonar raro escribir sobre un viaje a Bielorrusia en estos momentos en los que la guerra le toca de cerca y su posición de apoyo a Putin parece alejarla del resto del mundo.
Pero precisamente por eso apetece escribir en primera persona de lo que probablemente es el país más desconocido y menos turístico de Europa del Este.
Un viaje muy especial
En estos momentos, haber visitado Bielorrusia me hace sentir privilegiado. Y ms aún, por la manera en que lo conocí.
Porque no se trató del típico viaje turístico a ver ciudades y lugares de interés, aunque también lo hice.
La razón principal fue, ni más ni menos, que ir a una boda bielorrusa.
Por eso, para empezar, la tramitación del visado fue diferente. Porque oficialmente la razón de nuestro viaje fue la visita a una amiga, y hay un visado específico para ello.
Y aunque ya sé que no es éste el mejor momento, si las cosas vuelven a ser lo que eran hace escasas semanas, los que pretendan ir como turistas pueden hacerlo directamente sin visado, siempre que vuelen al aeropuerto internacional de Minsk.
En esas circunstancias solo se necesitaba enseñar el billete de vuelta, un seguro médico y el dinero en metálico equivalente a 25€ para cada día de estancia.
Cómo llegamos
A posteriori (todo es muy fácil cuando ya te has equivocado) el vuelo de Minsk se nos desveló como la opción más rápida, cómoda y barata. Aunque en estos momentos la cosa no está fácil y ni siquiera sé si es muy posible o recomendable.
Pero por contar nuestro viaje, que es de lo que trata, decidimos aprovechar lo más posible y optamos por ir en vuelo low-cost a Varsovia.
Allí pasamos dos días para conocer la ciudad y después cogimos un tren hacia Brest, que es la primera ciudad tras la frontera bielorrusa.
Y aquí una recomendación que seguramente será válida para mucho tiempo: si alguna vez hacéis el viaje en tren desde Varsovia a Brest, comprad el billete en la estación, al menos con un par de días de antelación. Y si habláis polaco, mejor.
El personal de las taquillas de la estación de tren de Varsovia fue muy desagradable y con un nulo conocimiento de inglés. A esto se unió que quise comprar los billetes el día de antes y estaban, según me gritaba la primera taquillera en polaco, agotados.
Probé en otra ventanilla y una señora con más empatía y alegría (aunque el mismo nivel de inglés), nos dijo que sí que había billetes, pero bastante caros. Qué remedio.
El control de visados
Al día siguiente nuestro tren cruzó la frontera y salimos de la Unión Europea, lo que nos quedó patente en el control de visados.
El tren se detuvo poco después de cruzar un puente metálico que atraviesa el río Bug, frontera natural entre Polonia y Bielorrusia.
Y e ese momento fue cuando empezaron a subir militares con pastores alemanes para el control de entrada.
Una oficial, acompañada de personal del tren, nos pidió el pasaporte y nos hizo preguntas a las que respondía con mucha dificultad en mi primitivo ruso.
Miradas escrutadoras y un perro olfateando todas nuestras posesiones. Tras unos diez minutos de tensión, la oficial quedó conforme.
Veinte minutos después reanudamos la marcha y entramos en el centro de Brest.
El paisaje y los pueblos de Bielorrusia
Bielorrusia está en su totalidad en lo que se conoce como Llanura Central Europea.
No hay montañas ni mar.
Tan solo una llanura infinita moteada de campos de colza, patata, bosques, arroyos y pequeños pueblos.
Llegamos de noche a la aldea donde nos hospedaron ese primer día. Y los recuerdos de aquella primera jornada son muy buenos: una bienvenida calurosa, cena familiar y alegría por un reencuentro tras muchos años.
Ese pequeño pueblo era como todos los demás. Casas bajas y pequeñas, pero muy coloridas por fuera.
Una calle principal, que casi siempre se llama la вуліца Леніна (Avenida de Lenin), y que está “coronada” por una estatua suya de mayor o menor tamaño, en función de lo grande que sea la localidad.
Algunos pueblos incluso tienen una pequeña iglesia y una tienda tipo bazar donde comprar alimentos básicos tales como arenque congelado.
Pocos monumentos y un idioma que apenas se habla
Pero en general hay pocos monumentos o edificios históricos en un país que ha sido arrasado de ida y vuelta durante siglos y en el que hoy sobrevive uno de los pocos restos políticos de la Unión Soviética.
Los demás días estuvimos alojados en Drahičin (Драгічын).
Una pequeña ciudad donde había bloques de apartamentos, muchos gatos, un supermercado muy grande, una iglesia en construcción e incluso unos cines.
Los chicos jóvenes estaban con sus móviles.
Se hacían fotos para instagram, iban a la cafetería para pedir unos batidos y subirlo a la red y vestían como los influencers globales actuales.
Verlos contrastaba mucho con la idea que ellos mismos tienen de que, con 25 años, uno ya es demasiado viejo para seguir estando soltero.
Como curiosidad, el idioma bielorruso existe y está por todos lados.
Señales en carreteras, rótulos, alimentos… Pero en el día a día la gente apenas habla bielorruso, al menos en la zona donde yo estuve.
Estudian el idioma en la escuela, pero la lengua dominante es el ruso.
Y para placer mío, en uno de los trenes también tuve ocasión de escuchar una canción en romaní que estaba cantando un chico de etnia gitana.
La ciudad de Brest
En tren desde Drahičin se llega en poco más de 40 minutos a Brest. Alrededor de dos euros por persona. Porque el tren dentro de Bielorrusia, en comparación con el tren para salir del país, es tremendamente más barato.
Una vez en la estación compramos el billete para volver a Varsovia por unos 80€ por persona. Repito: si vas a Bielorrusia, mejor ve en avión a Minsk.
Brest es una ciudad grande, dinámica y, para estar dentro de Bielorrusia, bastante internacional.
Hay barrios con bloques de apartamentos muy grandes. Una calle comercial con varias tiendas y restaurantes donde hay un Burger King y pude comerme un kebab.
En otras zonas hay también un McDonald’s, KFC y restaurantes de sushi.
Por estas cosas los bielorrusos jóvenes del suroeste del país suelen querer ir a Brest a vivir.
Turísticamente también hay cosas que ver.
La Fortaleza de Brest fue escenario de la primera gran batalla de los nazis en la Unión Soviética.
Y ahora, la Fortaleza es un monumento a las víctimas de los primeros días de la invasión.
El paseo dentro de ella es muy agradable y hay una exposición de tanques y blindados.
También hay una destilería con precios que aquí nos parecerían irrisorios. Aún me queda vodka Brest-Litovsk en mi casa.
Minsk es el centro del país
A Minsk también fuimos en tren.
El viaje duró poco más de dos horas, por menos de 4€ por persona y con un servicio muy amable.
El paisaje hasta allí es igual que en el resto del país, pero nada más salir de la estación te das cuenta de que Minsk es diferente. Con más de tres millones de habitantes, es el centro de todas las actividades.
Acostumbrado a que en el resto de Bielorrusia el edificio más alto fuera una iglesia ortodoxa de poco más de 20 metros, lo primero que ves son dos torres gemelas enormes. No son rascacielos modernos, pero sí edificios imponentes propios de la época en la que fueron construidos.
El resto de la ciudad es del estilo, con edificios de arquitectura soviética, construcciones poderosas que parecen resistir viento y marea.
Pero también con varios McDonald’s, Burger King y centros comerciales iguales a los que encontraríamos en cualquier país occidental.
Si tuviera que quedarme con dos cosas de la ciudad de Minsk, serían:
El Palacio de la República. Una gran mole de bloques de hormigón rodeada de columnas y enclavado en el centro de la Plaza de Octubre (Кастрычніцкая плошча).
Alrededor de la plaza hay edificios grandes y parecidos, salvo al otro lado del Palacio, donde hay un gran parque. Y ver este edificio en el centro de esa gran plaza, erigiéndose solitario pero imponente, es sobrecogedor.
Un país acogedor
También destaca un bloque de edificios gigante que hay cerca del río Svíslach (Свіслач).
Realmente es un edificio sin nada especial, salvo que es enorme. Cientos de metros de longitud que se asoman frente al río. Me dio una sensación de ser algo abismal.
Por lo demás, podría destacar también el Monumento Estatal a la Gran Guerra Patriótica, donde todavía hoy se puede ver ondeando una bandera de la URSS.
Pero la verdad es que solo estuve un día. Hubiera caminado por Minsk durante muchas horas más sin problema.
En general, Bielorrusia me dio muy buena sensación y me pareció un lugar acogedor.
Estaba abriéndose al mundo
Hoy no sé lo que estará pasando ni lo que va a pasar mañana, cuando todo esto termine.
Pero mi visión de hace semanas es que en Minsk y Brest se veían cosas que indicaban que el país se estaba abriendo al mundo, incluyendo el turismo (aunque no mucho).
También empezaban a despuntar rascacielos en la capital.
Pero me queda mucho por ver de Bielorrusia. Vitebsk es considerada la capital cultural del país, y Grodno, Mogiliov o el Castillo de Nesvizh también son puntos de interés turístico.
El negocio del bisonte
Además, hay que mencionar que en Bielorrusia, cerca de la frontera con Polonia, está una de las mayores poblaciones de bisonte europeo que quedan en el mundo. Hay varias agencias especializadas solo en esto.
Bielorrusia, antes de pandemias y guerras, era un país sin turismo de masas.
No tiene grandes monumentos, pero ofrece historia, serenidad y un estilo de vida distante pero donde se empiezan a ver gérmenes de rejuvenecimiento.
No sabemos qué pasará después de la situación actual, pero espero que se pueda volver pronto y que todo vaya bien.